La vida de los otros



Algunos sábados por la mañana mis vecinos ponen Yumeji's theme, de Shigeru Umebayashi, esa canción con la que Maggie Cheung baja a comprar algo de sopa en In The Mood for Love, un peliculón de Wong Kar-Wai.
Música muy alta. Casi es lo único que se oye a mí alrededor, entonces yo también me quedo escuchando. Luego Aquellos ojos verdes, de Nat King Cole. 
Quién sabe lo que pasa en el barrio entonces. La calle se empieza a iluminar y todo está a punto de empezar. A lo mejor desayunan, limpian el polvo, hacen el amor o se golpean.

A veces la música suena dos veces. Pero no más. Es lo que los otros se permiten compartir. O simplemente una manera de silenciar todo lo demás. Un ruido que no te permite más que estar ahí, a ver qué pasa. No sé.
Él es músico, violinista, creo. Mayor, algo loco, grandullón. Tienen un hurón. Una mañana empezó a gritar. Estaba aterrorizado, me preguntó si su hurón estaba en mi casa. No lo encontraban y, me dijo: “Si no vuelve no sé que vamos a hacer”. Se metió dentro otra vez con un juguete en la mano. Ese día pensé que vivía rodeada de pirados, pero luego se me ha olvidado.

Ella se parece Elfriede Jelinek, la premio Nobel. Aunque tampoco creo que sea ella. Yo sólo la veo fumar en el balcón, rodeada de arbustos, a través del reflejo del cristal de los vecinos de enfrente. En el cristal del productor teatral. Un tipo feillo, agradable. Alquila el apartamento por semanas, así que mirar enfrente es como ver una película, quién sabe. Alguien que solo fuma y escribe en el ordenador. Extranjeros que pasean la webcam por la casa. Opositores, quizá, que vienen con una torre de libros. Una pareja de amantes que disfrutan el tiempo libre: sólo verano y navidad.

Esta primavera abrieron un bar abajo y ya hace mucho tiempo que no viene nadie. El productor está indignado, pero la fachada está mucho más tranquila.
A la izquierda sólo está la otra mujer que fuma. Su novio monta toda la tarde en la bicicleta estática, se nota un movimiento y las luces de la máquina, verdes y parpadeantes.
Él es bajito, con el pelo por los hombros y los pantalones ajustados. Parece de esos tipos optimistas de los primeros años noventa, esos tíos que dicen nena. Buena gente. Creo que ella es limpiadora. Todas las noches deja un cenicero y unas zapatillas en la ventana. Unas zapatillas blancas.
Dos o tres veces al día sale a fumarse un cigarro a la ventana. Tiene el pelo rojo y algunos días, cuando en su ventana hace sol y en la mía también hace sol, me dan ganas de salir con mi cigarro y charlar un rato.

John Lennon

Hay momentos en la vida en la que una sola decisión, en un solo instante, cambia irremediablemente el curso de las cosas. Situaciones tan excitantes que las palabras no tienen espacio para poder describirlas. Sólo una sensación única, egoísta, personal, te da una idea de como estás viviendo y por donde vas caminando. Decisiones nerviosas e improvisadas te dicen como eres. Y nos empeñamos en descubrir como queremos ser y damos de lado lo más importante.

Planes, objetivos, formas de relacionarnos, gestos estudiados, risas en un tono correcto, fracasos que no son fracasos, juicios, decepciones y ojos que no miran; todo esto, en vez de sentir la vida en las entrañas. No nos tocamos, no nos miramos, no nos escuchamos ni nos hablamos, solamente dejamos pasar el tiempo y contamos hacia atrás, esperando que un día ocurra algo que lo transforme todo, esa decisión que irremediablemente cambiará el curso de las cosas, pero esto no ocurrirá nunca, nunca iremos a cámara lenta, nunca sonará música mientras besas a alguien, nunca lloverá y las gotas resbalarán por tu mejilla haciéndote sentir tu cuerpo en silencio.

Asumir, disfrutar, tener paciencia, abordar con valentía, decidir, enfrentarse, soñar y, sobre todo, luchar esforzándote. Así, al menos, nos acercaremos a eso que queremos ser sin dejar de ser lo que somos.

Yo ya sólo hablo con los muertos y de tanto estar con ellos vivo como uno de ellos. En silencio y transparente como si tuviera toda la eternidad para dejar para mañana todo lo importante, como si el tiempo no me afectara, esperando quitarle segundos a la vida para que llegue el gran final de película. Donde el dolor desaparece, la calma te invade, llenando de luz lo que está muerto y donde no hay silencio. Pero en realidad todo esto no son más que palabras frívolas y triviales, quizás se pueda resumir en lo que John Lennon decía: “Porque la vida es aquello que te sucede mientras tú tratas de hacer otra cosa”.

Como Woody Allen

Hace tiempo pensé que tener una grabadora sería una buena idea, así que esperé un poco y me regalaron una.  Estaba ilusionada, expectante. Era pequeña, simple, de tres botones. Grababa en esos cassettes pequeñitos, el típico cassette de los noventa pero en miniatura. De los noventa, es decir, sin puerto; el sonido se queda ahí, ni va ni viene. Sonido-no-globalizado, único, no reproducible hasta el infinito en un millón de aparatos distintos. En este sentido se puede decir que es puro, no modificable, ni manipulable. Qué le vamos a hacer, todo sonido que entre en el cassette se quedará ahí, para siempre. Pero no hay problema, aquí es donde viene la parte decepcionante de la historia: nunca he grabado nada.
Bueno. Lo hice porque me pareció una gran idea. Por ejemplo, no puedo fumar y escribir a la vez. No puedo dormir y escribir a la vez. No puedo tumbarme y escribir a la vez. Sin embargo puedo dormir y hablar, fumar y hablar, incluso fregar los platos y hablar.

El punto era Woody Allen en Manhattan. Espontáneo, optimista, sincero, testimonial. Ese rollo suyo del apartamento, el jazz…y diciendo Cezanne de aquella manera. Como a quien no le cuesta nada, y poco a poco, mientras habla, cae en la cuenta y todos sus sentimientos se van volviendo claros. Eso a mí no me sucede, quizá hablando, así, como quien no quiere la cosa, sólo charlando conmigo misma, quizá.
O la curación por la palabra o esa cosa de ir diciendo y contando y que un montón de imágenes se vayan haciendo visibles, como en un cuarto de revelado. Por eso o solo por anotar, por saber cuantos minutos dura un cuento hablado, por saber cómo suena estar pensando o por saber a dónde llego si hablo sin rumbo.
En fin, pensé que sería una buena idea.




Empiezo a balbucear, tartamudear, carraspear. Una frase y decir no, otra frase y decir no.
Porque, ¿cómo se habla? Cómo se empieza a hablar a partir del punto cero. Esa cosa, romper el silencio, y lo peor, notar ese ruido vacilante que no estás escuchando sino sintiendo como cruje en la garganta. Cuando normalmente hablamos como si sólo echáramos aire, hay veces que hablar es algo parecido a construir monumentos o buscar algo entre escombros, y nunca se sabe cómo empezar.
Quién, cuando era importante, dijo todo lo que había que decir, o acaso algo de lo que había que decir.
Voz clara, ideas claras, sentimientos claros, como Woody Allen.
Un día, ya verás, un día voy a echarme una parrafada  con voz de trueno, con humor, con sinceridad, sin pies ni cabeza o dramatizando, aún no lo he pensado.



Febrero de 1933...

Eunice Waymor. 1950. “Comencé muy pura y muy inocente y hasta el último minuto pensé que me convertiría en una pianista de concierto. Todavía me llevó mucho tiempo aceptar el hecho de que nunca iba a ocurrir del modo en que yo lo había soñado. Me costó entender que el mundo de la música clásica me había cerrado sus puertas para siempre” Esto ocurrió cuando suspendió el examen de acceso al conservatorio. A partir de entonces, Eunice siguió haciendo música pero de otra manera. En el verano del 54, con veintiún años, entró a trabajar en el Midtown Bar&Grill, un garito irlandés de Atlantic City. No tenía experiencia en la música popular o de entretenimiento, no sabía cantar y ese plan B tenía bastante de  aventura. “Realmente no era consciente de lo que hacía. Lo hice principalmente para pasar el tiempo, cambié mi nombre verdadero para que mi madre no se enterara de que estaba tocando el piano en un bar de Atlantic City”. Nina Simone, como Simone Signoret, la actriz.



1957. Little Girl Blue. Ya en su primer disco grabó esa canción no suficientemente valorada llamada My baby just cares for me…
 -Liz taylor is not his style,
and even Lana Turner´s smile
is something he cant see-





“Mi plan original fue el de convertirme en la primera concertista de piano de raza negra, no una cantante, y nunca se me hubiera ocurrido que terminaría tocando para audiencias que continúan hablando y bebiendo mientras toco el piano. Así que me dije que, si no quieren escuchar, mejor que se vayan a casa”. Lo suyo era “música clásica negra”, por eso rechazaba la comparación con Billie Holliday, no porque fuera una drogadicta, decía, sino porque se veía más cercana a Maria Callas.

Los sesenta. The high priestess of soul. Artista de la contracultura. Hippy. Activista afroamericana. Militante de los Panteras Negras. Airada, temperamental, bipolar. ¿Quién sabe? “Me gustaría que se me recordara como una diva comprometida con sus sentimientos hacia el racismo y sobre cómo debería ser el mundo; y que, hasta el final de sus días, permaneció fiel a sí misma”

                            
                             

1969. “No me gusta América, nunca me ha gustado y no pretendo regresar nunca, salvo que sea estrictamente necesario” Fue a África, vivió en Liberia, Barbados y Trinidad. “Me quitaba los zapatos y salía a las calles sucias, aspiraba los olores…ni siquiera pretendían que cantara, ¡sólo querían que me sintiera a gusto! Ahí sí me sentí verdaderamente en casa”. Más tarde fue a Europa. Suiza, Holanda Bélgica, Francia. Tiene algunas canciones grabadas en francés y dice que en aquella época se reconoció “ciudadana del mundo”.
Diez años más tarde, en un viaje a Estado Unidos, fue arrestada por evasión fiscal. Se negó a pagar cualquier tipo de impuestos en protesta hacia la administración de su país por la guerra de Vietnam.
Enero. 1978. En aquella época, y cuando parecía que ya no volvería, grabó un disco espectacular llamado Baltimore con tres o cuatro canciones para escucharlas una y otra vez.
Carry-le-Rouet.   En los últimos años de su vida vivió en un pueblo del sur de Francia y de vez en cuando participaba en los grandes festivales de jazz del mundo. Murió en el  21 de abril de 2003.
Siglo XXI.   Cenizas esparcidas por varios países de África. To love somebody, Isn´t it a pity, He ain´t comin home no more, Brown eyed handsome man, I got it bad (and that ain´t good), Mr. Bojangles, Feeling good, My father…


                                                                

Supersubmarina XXI



Somos la generación de un cambio climático radical.
Individuos que andan por el mundo sin centro de gravedad.
Universalmente conectados por magia electroviral.
Somos herederos de algo que ya no queremos,
de algo que hace mucho tiempo establecieron cuatro viejos.

Bichos del XXI, juntemos nuestros puños
para romper el próximo escalón.
Bichos del XXI, no es nuestro futuro,
vamos a dejar bien alto el pabellón.

Bastará con que gritemos juntos,
de mí no se reirán.
Saltará a la vista que en intelecto nunca nos van a pillar.
Se reflejará en nuestras caras
el brillo de la verdad.
Se abrirán las puertas que nunca
han estado abiertas por las que hace mucho
tiempo construyeron cuatro viejos.

Bichos del XXI, juntemos nuestros puños
para romper el próximo escalón.
Bichos del XXI, no es nuestro futuro,
vamos a dejar bien alto el pabellón.

Vida en la ciudad: el choque

Somos automáticos, magnéticos, orgánicos. Plantas de enredadera, raíces, espuma imparable que va tomando la ciudad. Riadas de gentes siguiendo la vida ciegamente.
Esto se hace ver cuando andamos por las calles repletas y nos chocamos, casi nos chocamos o hacemos un regate rápido para no chocarnos. Tú ves unos cinco segundos antes del impacto que te vas a chocar, sin embargo sólo puedes decidir rápidamente un lado para el que desviarte. Izquierda o derecha. No se nos ocurre otra opción, el cuerpo andante no piensa.  Es como inevitable, como un destino fatal del tránsito por las ciudades modernas. Un movimiento robótico algo ridículo.
Somos chorros de agua andando, corriente eléctrica, locomotoras torpes sobre las vías, planetas orbitando ciegamente. Hormigas, venas en el asfalto, caminos irreversibles imposibles de inventar, reinventar y volver a inventar.
Es como si decidiéramos de entrada un camino para siempre, y fielmente o con inercia, siguiéramos siempre por los mismos adoquines, pisando cada día la misma raya, la misma mancha de chicle, la misma huella.
Aunque la calle se quedara semidesierta, algún día encontraríamos la intersección de un choque inevitable.    

Palabras

Hay veces que no se puede más o eso parece. Sólo dura un segundo y volvemos a jugar a ser gigantes. Hay veces que son los días los que dirigen el control y hay veces que dentro de uno existe una fuerza segura y firme que te mantiene erguido y con la cabeza alta. Hay momentos inolvidables que detendríamos en el tiempo para que no se perdieran y hay momentos que ves pasar, pensando que no solamente deberías verlos pasar. Hay decisiones erróneas que luego se convierten en aciertos y hay decisiones acertadas que luego son errores. ¿Para qué proponerse tomar decisiones inteligentes? Cada vez estoy más segura de que no tengo nada que decir.

Han sido dos semanas de vacaciones, dos semanas llenas de momentos que no surgen sin más, decidiendo en cada instante por donde caminar y por donde mirar. Dos cenas en el salón acompañada de seguridad, dos paseos, chocando con otros cuerpos conectados por cemento y aire. Luces simbólicas en un escenario construido sobre papel que en cualquier momento se derrumbará. Risas y llantos al mismo tiempo y viajes que he dejado pasar por no querer esforzarme. Silencio, sobre todo, silencio. Un silencio que me vuelve cada vez más trasparente. Invitaciones a comer, a salir, a buscar, a compartir, a beber, a hablar, a vivir... ¿Cuánto de verdad tiene todo esto? Quizás sí que lo sepamos, quizás todo el mundo sepa distinguir dónde está y cómo es, quizás sólo nos hayamos vuelto más diestros mintiendo.

Aunque no lo queramos, sólo tenemos palabras. Y lo malo es que cada vez me reconozco en más momentos en los que no caben las palabras.

Back to the future: Irina Werning

Y una cosa chula de fotos...

Irina Werning

Primer truco de magia: aproxímese a las alturas

Nunca vi mi verano ahí: en un anuncio, una película, una historia inmortal. La verdad es que nada de esto tiene un trozo de inmortal. La verdad es que no he viajado en furgoneta, descalza todo el día, en columpios sobre la hierba. No he tenido la fiesta eterna, con palmas o una guitarra. No todos los atardeceres fueron perfectos y tranquilos. He tenido resaca, y varias veces la sensación de que otras vidas brillan más.
Decía Bukowski que a veces el encanto disminuye cuado se acerca demasiado a la realidad. Ese es el secreto. Todo es una cuestión de brillo, de distancia, o de estar lo suficientemente cerca.

Siempre quise que todo fuera distinto, que la experiencia, o los recuerdos, tuvieran otra forma, o que no hubiera, por ejemplo. Porque a veces, cuando caigo boca arriba sobre el suelo, entiendo todo como un recuerdo narrado por alguien que no soy yo. Un cinexin sobre las nubes, imágenes en movimiento que sólo veo. Sólo escenas, en ocasiones bellas, que se alejan unas de otras y todas de mí. No dejo de ver la vida como una película surrealista y la muerte como una televisión apagada.
Como los trileros, las sombras chinescas, como la vida ésta que nos están contando y que a ratos me creo. Y no deja de ser un misterio el que desde las alturas todo parezca un decorado ordenado, un movimiento de luces armónico, un va-y-ven de cuerpos sosegados. Como en Cielo sobre Berlín, donde todo parece silencioso. Y más lento, más suave, menos violento. Esa distancia es un truco de magia. Sin conocer lo desconocido, sin el brillo del suelo, sin el roce, sin la agresión. Sin lo demasiado fuerte, demasiado feo, demasiado sucio, demasiado violento.




Porque desde aquí no sé cómo todo llegó a estar donde ahora está. A ser lo que es. No veo la sangre anterior, el caos anterior, el vacío anterior. Parece un orden espontáneo, una creación acertada de la vida de los hombres, una imagen ordenada de una multitud. Y lo único que pienso aquí es no cruzar ese fluir de vidas rítmicas, acompasadas, de vidas que se entienden unas a otras. No entrar en esa horizontal que lo volvería todo caótico, donde la vida estaría ahí, mirándote de frente.
Aquí arriba, como el cuerpo abierto en la mesa de disección, como todas las máquinas, como los mapas, como las plantaciones, como los catálogos, como los cementerios, como las letras y los números, como los pupitres de la escuela, como los adoquines de los caminos, como las horas, los minutos, los día, los años, las décadas. Como las estanterías, las gamas de colores, los lápices numerados o la pureza del chocolate. Ese orden de estar a distancia. De no estar en o entre.    

A dos metros bajo tierra


– ¿Cuál es su sombra?
  La muerte y el silencio, creo, supongo.
  ¿Cómo es el silencio?
– No lo sé... es una especie de tristeza o miedo, tal vez. Parece que todo el mundo tiene miedo a decir algo que no debe. Son tan discretos que parecen casi invisibles.