Una tarde después de muerta...

Una tarde después de muerta...

Inventarse un mundo posible. Inventárselo, sí, pero posible. Creyéndoselo, más o menos. Solo probar, un par de meses.

Recuerdo la tarta de chocolate del Masttropiero. Los martes a las dos de la madrugada en el Danny’s. Las gafas de sol en el Honky y «tu vida es un puzle, reconstrúyela». Recuerdo los viernes en chándal intentando entrar en el Imperio Pop o en un banco con un balón a las cinco de la mañana. Recuerdo el Escape y a Moni conquistando a «ojitos azules». Mi cumpleaños, Barcelona, Pirineos…, la facultad.
Los bancos al revés, Vento, la cerveza.

Donde no había reloj, donde no había tiempo, donde no me dolía el cuerpo, donde mi sombra no me asustaba.

Me gustan los momentos en el que solo una sonrisa basta para compartir una idea. En el que no hay que explicar porque ya se comprende.

Estás vacía ahora tienes que rellenarte.

¿Hablamos de la sensibilidad? Sin salir corriendo, permitiéndonos aunque sea solo escucharla, un momento, solo un momento. A ver qué pasa.

Un día de febrero cuando el sol te ciega al salir del metro.
Leer unas páginas por la mañana antes de ser real entre una multitud invisible.
El frío que cala los huesos y encoje el cuerpo,
sin abrigo o con abrigo.
Quedarse mudo en una conversación cotidiana
y tener mucho que decir por dentro.
Contener la risa por no poder hacer ruido o poder hacer ruido y no querer escuchar.
Sin mirar, si ver, simplemente andar.

Tocar el silencio de una casa vacía,
convivir tan solo con los pensamientos, ¿durante cuánto tiempo?
Tener miedo y salir corriendo o probar y quedarte…

Yo soy yo cuando soy todo eso que quiero ser y quiero que tú veas.
Almacenar recuerdos en una libreta por si un día fueran a escaparse,
compartir un cigarro y una caña y reír a la vez.
Bailar como si no existiera un después, como si los segundos no andaran corriendo y sentir el sol después de toda la noche.
Planear aunque luego no ocurra.

Una tarde después de muerta…