Volver a escribir...

«Yo me atrevo a insinuar esta
solución del antiguo problema:
        la Biblioteca es ilimitada y periódica».
 (Jorge Luis Borges, Ficciones)

«No me digas, ¿tienes un blog? Y… ¿de qué va? ¿De todo y de nada? Y… ¿siempre tienes algo que decir? Pues no sé, me preguntaba… como ya todo se ha dicho…».

Es que claro, tenemos una herencia difícil de soportar a veces. La carga de años y años de palabras sumándose, formando frases, formando párrafos, formando páginas, formando libros, formando obras, incluso, a veces, maestras. El colmo. Lo que me hace decir que soy mejor lectora que escritora, mejor espectadora que bailarina. Lo que me hace callar.
 
Todo se ha dicho, y llegamos demasiado tarde cuando hace más de siete mil años que hay hombres, y que piensan. (Jean de La Bruyère, Les Caractères)

Chicas, llegáis demasiado tarde. Es lo que algunos os podrían decir. Hoy, toda invención literaria interviene en un mundo ya saturado de literatura. Nos pasamos la vida rodeados de palabras, de blogs, de libros, prisioneros dentro de una inmensa biblioteca. ¿Para qué seguir escribiendo entonces? ¿Y para qué leer, si la creación ex nihilo es imposible, si el escritor no puede ofrecer otra cosa que una imitación de lo que ya se ha escrito?
Y a la vez: ¿por qué estas preguntas nos dan ganas de lanzar una enciclopedia a la cara del que las enuncia? ¿Por qué seguimos escribiendo lo mismo, una y otra vez? ¿Será una necesitad más que una condena?

Jorge Luis Borges contemplaba la literatura como una biblioteca ilimitada que, si fuera atravesada por un viajero, le daría a ver, siglo después de siglo, los mismos volúmenes en un orden cada vez diferente.
Nosotros aquí, pues aquí estamos, pensaremos la literatura a la escala de una vida: ¿las lecturas efectuadas por un individuo a lo largo de su existencia no son siempre las mismas, pero diferentes? Examinamos nuestra biblioteca: ¿no tiene una cierta coherencia, una simetría oculta?

Como el niño que todas las noches, antes de dormir, reclama el mismo cuento, el lector convertido en adulto vuelve a leer, una y otra vez. Guarda un poco de esta obsesión infantil que le obliga a repetir la misma lectura, contenida en libros diferentes pero especulares, otros pero semejantes, caleidoscópicos. Por supuesto, todo lector que somos puede, a veces, equivocarse de camino. Pero muy rápido pasamos página.

Una obra de arte es siempre el espejo de otra. El escritor vuelve a escribir, el lector vuelve a leer. Y el creador, tal y como lo definíamos, ya no existe, o más bien nunca existió. No es ese ser divino que crea a partir de la nada. El creador es cualquiera, es cada uno. Es aquel que viene a colocar con brío y de manera diferente una pieza del enorme puzle que es la literatura. Es un artesano que hace bricolaje a partir del material que es el lenguaje. Es aquel que se acuerda y que, con una lucidez más grande que otros a lo mejor, admite que necesita al arte para vivir:

«J’écris parce qu’ils ont laissé en moi leur marque indélébile et que la trace en est l’écriture: leur souvenir est mort à l’écriture; l’écriture est le souvenir de leur mort et l’affirmation de ma vie».
(«Escribo porque ellos han dejado en mí su marca indeleble y que la huella es la escritura: su recuerdo muere en la escritura; la escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida». Georges Perec, W ou le souvenir d’enfance)

Todo ha sido escrito, cierto. Pero la literatura está lejos de haber dicho su última palabra.


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